Hablar de salud mental y de pelear colectivamente es algo muy bien recibido en cada instituto, universidad o barrio en que tratamos de organizarnos. No se trata únicamente de hablar de salud y de pelear contra los ataques a la sanidad y por una salud mental pública que no esté basada en hacer que no se rompa la clase trabajadora para seguir explotándonos. También es hablar de qué nos está contando la salud mental del mundo en que vivimos.
Desde marzo de 2020 las urgencias psiquiátricas en las que se atiende a menores se han duplicado. Se calcula que 300 millones de personas en el mundo sufren depresión, de las cuales un 70% son mujeres. También el consumo de tranquilizantes ha aumentado significativamente en tres años, con o sin receta. En un año hasta el 17,8% de hombres y un 32,3% de mujeres los habría comprado al menos una vez.
Las cifras continúan en la consulta. En la sanidad pública hay 6 psicólogos y 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes en el Estado español. Estas cifras en la sanidad pública generan una realidad de privatización de la salud mental. Si en la sanidad pública te pueden atender con un tiempo entre sesiones de meses y una duración por consulta de entre 15 o 20 minutos a través de la regulación de medicación, la terapia existe a través de la sanidad privada, con costes difíciles o inasumibles para la clase trabajadora en el momento en que se necesita terapia.
No es normal que cada vez más jóvenes tengan ansiedad, depresión, agotamiento, miedo sobre el futuro o que el suicidio sea la primera causa de muerte en jóvenes. Ni que solo 3 de cada 10 jóvenes pueda vivir independiente a los 30 años. Que en nuestras casas todo el mundo este reventado a trabajar. Pero nos están preparando para que actuemos como si fuera normal. ¿Cómo va a ser normal?
Cuando hablamos de organizarse y pelear por un mundo sin opresión ni explotación no lo decimos como conceptos vacíos ni confinados a ser solo teorías. Hablamos de la urgencia de acabar con algo bien real que nos sucede cada día a la juventud, para la clase trabajadora, para las mujeres, la diversidad sexual o las personas racializadas.
Las condiciones de vida no deben tratarse como una tabla de puntos y probabilidades a la hora de pensar el origen o la posible evolución de los padecimientos mentales, para complementar un modelo basado en excesos o deficiencias químicas y hormonales que nos hagan sentir mal o peor aún, nos “desequilibren” para ser funcionales.
Sin embargo, en ocasiones toda la rabia que generan nuestras situaciones se dirige contra nosotres. En las condiciones de gran parte de la juventud (y no tan juventud) trabajadora es fácil pensar “no soy capaz de controlar mi vida y la de quienes me rodean para que no sea un desastre”.
Tal vez sea porque a mí y a quienes me rodean nos roban lo mejor de nuestro tiempo y nuestras energías para hacer mas rico a un capitalista; nos roban tiempo para relacionarnos con quien queremos o descansar de forma estable; nos roban dinero y perspectivas de futuro para hacer planes a largo plazo, no recortarnos de todo para no arruinarse; nos roban energías para no dedicar nuestro escaso tiempo a poder vivir el día siguiente y recuperarnos de la fatiga o nos roban libertad y autoafirmación por habernos educado creyéndonos las opresiones machistas, racistas y LGBTIfóbicas más de lo que nos gustaría.
Pero si en lugar de pensar todo eso y colectivizar y organizar esa rabia, nos creemos responsables individuales y pensamos que “será porque yo soy un desastre de persona, no he madurado lo suficiente, no me esfuerzo lo suficiente, no me motivo lo suficiente, me quejo en exceso” y un largo etcétera de rabia introyectada, es un ambiente perfecto para que se generen malestares psicológicos, especialmente depresión y ansiedad.
En ese sentido, tal y como explica Mark Fisher en Bueno para nada, uno de los mayores logros del capitalismo es la "responsabilización", la idea de que si somos miserables es porque queremos y que lo merecemos. Entre otras cosas, tenemos un problema de capitalismo interiorizado.
A los capitalistas les servimos para trabajar hasta reventar. Para hacer funcionar el mundo y malvivir mientras viven de lujo a nuestra costa. Para limpiar su mierda, pagar sus viajes al espacio, morir en sus guerras y callarnos. A nosotres los capitalistas no nos sirven para nada bueno, pero naturalizar de forma más o menos consciente que este es el orden social que debe existir y “el mejor de los mundos posibles” alimenta una sensación de inferioridad y autoculpa que puede expresarse en múltiples padecimientos. Pero tal vez, nuestros malestares estén tratando de decirnos algo: que el enfermo es este sistema.
Respecto a esta interiorización, Pablo Minini, licenciado en psicología de la Agrupación Marrón en Argentina planteaba: "¿En qué momento se decidió que el desgano y la tristeza es una enfermedad individual? ¿En qué momento aceptamos que rechazar los ritmos extenuantes de trabajo, estar cansados del trabajo para ganancia de un patrón, odiar la vida de contar monedas y días es una tara personal? ¿Quién dice que los problemas de salud mental son solo una cuestión personal o individual y no un producto de las relaciones sociales bajo el capitalismo? ¿Quién decide que estar de mal humor la mayor parte de los días en un sistema que oprime, explota y mata es un desajuste hormonal, existencial, neurológico?”.
Si tenemos rabia no es porque seamos gente vaga, floja o mala, es porque el sistema capitalista se refuerza cada vez que pensamos que esta situación de mierda es culpa nuestra. Quieren que creamos que no hay otro camino que un futuro de explotación, ansiedad y precariedad, sin tiempo libre y sin aprendizaje. Que ni se nos ocurra que además de pelear por un acceso a la salud mental que no este privatizado, precarizado y centrado en calmar los síntomas del malestar y no en combatir sus orígenes, tenemos que organizar colectivamente la esperanza en cada lucha, apuntando contra un capitalismo que atenta contra nuestra salud.
¿Cómo vamos a pasar por la vida sin sufrir cuando hay tanta diferencia entre como vivimos y como deberíamos vivir colectivamente? Si miramos la historia del movimiento obrero, hay una larga tradición de esperanza, incluso en épocas peores para la clase trabajadora. No se trata de construir un optimismo infundado ni mesiánico, sino que históricamente se ha basado en la confianza en las propias fuerzas como clase, en la capacidad de autoorganizarse, implantar los propios métodos de lucha y convertirse en una clase hegemónica, en la referencia para acabar con toda opresión e injusticia como una tarea que resolver cambiando el mundo de base.
La tensión entre nuestras condiciones y la vida que queremos no disminuye cuando militamos, cuando peleamos por construir una sociedad socialista, pero se organiza. Transformar las opresiones y explotación interiorizadas en esfuerzo y ánimos para combatir toda opresión y explotación es justicia y no es una tarea individual, sino colectiva. Tal y como explicaba Josefina Martínez en el diario CTXT, “lo peor que podríamos hacer es naturalizar ese tipo de tristeza social en miles de jóvenes y adultos, sin hacerle frente. Porque no se trata solo de comprender que el capitalismo deprime y angustia, se trata de oponerle batalla y responder golpe a golpe. Sólo así podrá emerger una nueva subjetividad creativa.”
No sólo queremos combatir una sociedad capitalista que nos está combatiendo día a día. No solo queremos evitar la barbarie mientras vemos como el capital devora nuestro tiempo y energías, se enzarza en guerras o destruye el planeta, sino que venimos a pelear por construir una juventud que rompa todas sus cadenas impuestas por esta sociedad hecha a medida para unos pocos. Por una juventud que enseñe los dientes a los capitalistas luchando por la felicidad.